El abandono de los recuerdos no sucede y, sin quererlo, permanecen. Son, originalmente, un ejercicio más de la memoria, pero proliferan y, paulatinamente, le comen el espacio al futuro.
Nacemos salvajes, sin recuerdos. Pero vivimos como presas a las que cada vez persiguen más perros. Nos imaginamos capaces de dejarlos atrás, pero su número va siempre en aumento. Descubrimos, repentinamente, que escapar parece tarea imposible porque los perros del pasado son tantos, que nos acosan y nos desgarran los cueros de alma por demasiados sitios. Y es difícil imaginar que encuentres, por delante, algo que no hayas dejado ya atrás.