29 de agosto de 2013

Agosto


Agosto es el mes que menos pesa y, cuando queremos recordar, ha desaparecido. De tan liviano, se lo ha llevado en el pico una codorniz y, como ella, no volverá hasta otro año. Agosto es el último mes con nombre evocador, porque luego vienen esos meses numerales, acabados en “bre”, con mala leche, como si, agotados los sustantivos guapos tras agosto, alguien, precipitadamente, hubiera impuesto esos vocablos hirsutos, ordenancistas, casi marciales:
Septiem-bre, ¡firmes!
Octu-bre, ¡marchen!
Noviem-bre, ¡apunten!
Diciem-bre, ¡fuego!
Meses que, sin piedad, fulminarán otro año viejo.
Agosto no hubiera permitido cosa tal, pero se lo llevó una codorniz.

 

De una encuesta


-        ¿Qué opina de los políticos?
-        No sabría decirle.
-        ¿Son necesarios, pese a todo?
-        No sé.
-        ¿Ha conocido alguno que le satisficiera?
-        Ya no me acuerdo.
-        ¿Votará en las próximas elecciones?
-        No es necesario. Tanto da. Pueden seguir sin mí.
-        ¿Se siente representado por algún partido?
-        No me consta.
-        ¿Considera normal su vida y su pensamiento?
-        La vida normal es para otros, no está a mi alcance. El pensamiento, si verdaderamente pensamos, nunca podrá encajar con lo que nos presentan como normal.
-        Sus respuestas no encajan en mi encuesta.
-        Deséchelas. Estoy acostumbrado.

21 de agosto de 2013

Ánima, animal

 
Admiro la felicidad de los animales salvajes que ignoran siempre que la desdicha existe. Nunca padecen hambre ni sed, nunca están tristes. No poseen más que su propio ser. Nada esperan ni temen. Van y vienen, gobernando su vida, hasta que mueren. No dependen de nada ni de nadie y gozan siempre de albedrío, sin saber lo que es ni desearlo. Quizás, alguna vez fuimos como ellos y puede que, si existe un paraíso, renazcamos a una vida sin miedo. Desconocer el miedo podría ser la libertad, pero yo no sé de nadie que así viva: como un recién nacido.

20 de agosto de 2013

Piedad


Aquella mañana de finales de agosto era luminosa, tímida aún del calor, tranquila y fresca. Miré hacia arriba. Cientos de golondrinas, inesperadamente, poblaron de modo irracional el azul uniforme e infinito del cielo que ponía fondo a las torres de pisos de mi barrio. Supe enseguida que era una despedida. Y la ballesta del resorte de la comparación me atrapó tenaz por la garganta: si tú te fueras, sólo me quedaría ese azul infinito, mudo e inquebrantable, que las golondrinas dejaron tras su marcha. No te vayas, amor mío. No me dejes oteando las estelas invisibles que dejaron tus alas.

13 de agosto de 2013

La especie desobediente

Ninguna especie se muere de hambre, excepto la nuestra. Y, encima, la denominamos pomposamente la del “Homo Sapiens”. Puede que nos sobre arrogancia y, con tanta excelencia, terminemos en un fracaso global. Se dice en El Génesis: “…del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás…”. Pero comimos. Y seguramente esa ciencia bicéfala terminará, sin prisas, acabando con todo. Pero, ya sabéis, La Biblia es un cuento primitivo y olvidado y, además, como a todos nos consta, la ciencia sólo se utiliza para el bien, jamás para otra cosa. Bueno, en cualquier caso, si eso… avisados estáis.

A Federico Arcos

“Contigo río,
si ríes.
Lloro contigo,
si lloras.
Porque somos,
lo que somos;
Sentimos
como sentimos,
y, sentimos,
los dos, lo mismo.”  (Federico Arcos) 

Al leer este poema de Federico Arcos entendí un poco más lo parejas que discurren las vidas de tantos y, en esa comunión de sentimientos, me sentí dibujado con precisión. Un saludo al poeta, si llega a leer esto, y mi agradecimiento personal por haberme visto abarcado en la atinada brevedad de sus sencillas palabras.

6 de agosto de 2013

Brainstorming

Mientras camino, juego a pensar las cosas, a adivinar su devenir. Pero, últimamente, noto que las cavilaciones no me llevan a parte alguna y, menos, a ninguna ilusión que me parezca verosímil. Pensando, ideo senderos diferentes pero, a cada paso, topo con otros nuevos que surgen espontáneamente y, al distraerme de los anteriores, me aturdo, pierdo el hilo y me embrollo en una mezcla de ideas que, como cordoncillos, terminan paralizándome la mente con su caos. Al final, mentalmente inmóvil, sigo andando con la inercia imparable de la caída de los cuerpos. La tormenta de ideas no sirve en solitario.