-Ya me enteré que se ha muerto el Pirolo. Lo siento chica.
En la frutería, la aludida pone un gesto de resignación y
hace un mohín de pena al tiempo que musita suspirando un lacónico:
-Gracias.
La otra parroquiana sigue en su papel plañidero y, viendo al
niño que la doliente hija lleva de la mano, no se resiste a la pantomima del
bienqueda y continúa con su pía conmiseración:
-No tengas pena, hijo mío, que tu abuelito ya está en el
cielo.
El niño la mira y, tras apenas un segundo, dice muy serio:
-No creo.