La señora Norberta caminaba
torpemente, del brazo de uno de sus hijos, por las calles empedradas de su pueblo.
-
Bien va usted. No se quejará. Bien se nota lo a gusto
que va usted con este hijo –le dijo la vecina.
-
Pues sepa usted que a los cinco que tengo los quiero
por igual. ¿Cuál cree usted que me dolería más, si me cortaran uno de los dedos
de la mano? Pues así quiero a mis hijos, por igual.
-
Sí, madre, pero para hurgarse la nariz usa usted sólo
uno. Y suele ser el mismo. –saltó el hijo.