
En el cine Capitol le tenían prohibida la entrada. No era nada personal, tampoco es que fuera un individuo obsceno que actuara en la penumbra contra la moral o las buenas costumbres, ni porque molestase a los demás arrojando desperdicios desde las localidades altas del gallinero, ni porque hablase fuerte o hiciera comentarios molestos y reiterados durante la proyección… Todo era, extrañamente, una mera consecuencia de su risa. Si el Nácar comenzaba a reír nadie escapaba al contagio de ella y, al cabo de un minuto, la sala entera reía, todos inermes como gilipollas, y ya nadie seguía la película.
4 comentarios:
Me encanta,y con unas pipas,total
Y ya, con compañía y en las filas de atrás, ni te digo. ;-)
Me lo pido,porfa,porfa
Si es que te apuntas a todo...
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