Conocía a aquella chica menuda y
pelirroja desde que ella tenía catorce años. Ahora era la asesora fiscal que
llevaba los papeles de mi familia y las declaraciones de la renta.
-
Te salen a pagar siete mil euros. Pero, si quieres, te
lo maquillo guapamente.
-
No, gracias. Prefiero pagar lo que sale y no tener el
menor roce con Hacienda.
-
Bien se ve que no eres de mi pueblo, que sólo eres un
arrimao, aunque te casaras con una de allí.
-
¿Por qué?
-
Porque uno de mi pueblo nunca habría rechazado mi
oferta. A ti, te faltan cojones –dijo burlona.
(A Maru, con quien nunca más reiré.)
5 comentarios:
y mejor que te faltan, la gente honrada es muy necesaria.
biquiños,
Y la Maru era muy cachondona.
Bicos, Aldabra.
Leches, es una pena que ya no esté pues en realidad ésa, y ella, es la que define la diferencia entre la honradez y el fraude.
[Esto nace de aquello donde se hace la ley nace la trampa]
Parece que, en manos de ella, estaba bien visto hacerlo y qué era mas hombre el que lo hace.
Instigadores hay muchos, luego se lavan las manos...
¿Risa? Puede, siempre, según como lo dijera
Ella, Beato, me conocía muy bien. Sólo quería hacer una broma conmigo. Y lo hacía a su modo, manejando los tópicos de los pueblos.
Era una mujer muy maja. La echo de menos.
Saludos.
De eso no me cabía duda, en tu última frase se notaba la nostalgia de su recuerdo; de ahí su sorna.
De ahí que mis palabras tuvieran doble sentido al inicio y encabalgado luego como pretexto y ejemplo.
Publicar un comentario