No sé su nombre. El viejo está
sentado en una banqueta plegable a la salida de un supermercado. Solía tocar el
acordeón.
-Señor, ayúdame.
Él me conoce. Miro y veo su
acordeón junto a él, apoyado en la acera, con un letrero que dice: “Se vende”.
-La policía no me deja tocar.
Algo se me remueve por dentro. La
ira es un sentimiento que se me queda corto. La policía, tremendamente efectiva
protegiéndonos del hambre inofensiva y onerosa del músico rumano, es incapaz de
atajar las rapiñas descaradas e infames de los poderosos. Vivimos en un mundo
pervertido. Doy fe.
4 comentarios:
Impactante el relato, Lan. Otros, son muy distintos, pero ninguno dejan indifente al lector. Al menos, a mí no.
Son historias que la mayoría reflejan un alto grado de humanidad, que dicen mucho de tu calidad como persona, y que se echan mucho de menos cuando nos haces en esos paréntesis.
Hay que aprovechar la vida, Isidro.
Así que lamento los paréntesis pero me gusta hacerlos. Por otro lado, viajar es descubrir cosas nuevas y encontrar personas cuyas vidas no imaginabas.
Y gracias por seguir estos artículos, que ya veo que no los dejas.
¿Y por la venta ambulante no le dicen nada?
Pues no sé, Beato. Supongo que, si vende el acordeón, le pedirán la factura con el IVA,
Saludos.
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