Los días se me antojan fugaces y
las noches largas. Ideas lúcidas me sorprenden como iluminaciones o destellos
de clarividencia que, al poco, no recuerdo. Me he vuelto indolente. No espero
días portadores de nuevas y mejores cosas, sino que temo que me traigan, si
cabe, y siempre cabe, cambios de peor índole. Y, si a la vida me encadena una
certeza, es la de que todo es manifiestamente denigrable. No tengo ganas de
luchar, ni defenderme. La inercia de lo renovadamente viejo me sume en la
desidia y, sin deseo de morir, tampoco siento apego por la vida.
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4 comentarios:
¿Será por el frío? Es época de vegetar, de hibernar, de descansar, y nuestro ánimo y nuestro cerebro también necesitan eso.
Ya veremos en primavera.
En mi caso temo que vejez sea lo más parecido a vegetar. Pero te agradezco tu comentario animoso. Gracias, Ángeles.
No podemos evitar hacernos mayores, pero hacernos viejos depende de nosotros. Dicen.
Físicamente, Ángeles, terminamos siendo presos de nuestros cuerpos que, al deteriorarse, nos hacen con el paso del tiempo ir cada vez más tirando de ellos como el que arrastra un equipaje pesado.
De la vejez mental -siempre que no se te vaya también la cabeza- puedes defenderte, pero no puedes evitar que lo que percibes, escuchas, ves y lees te disguste.
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