Caminando a gatas, como un
gozquecillo humano, memoricé los primeros recuerdos. Entonces, el mundo
material me parecía abstracto: formas sin sentido con las que tropezaba. A mi
ritmo hice mi propio plagio intelectual de todo, gracias a personas que, enseñándome,
no se tenían por docentes. Y, como en nada fracasaron, todo cuanto me rodeaba
se me hizo conocido, y aprendí sin notarlo. Curiosamente, jamás volvió a ser
así, ni el colegio ni después. Nunca volví a dar con maestros tan naturales y
tan diestros. Hoy me pregunto si enseñar no será, simplemente, resolver los
problemas de cualquier aprendizaje. Sin alardes.
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4 comentarios:
Fermoso y peripatético, supongo que es común ese aprendizaje y con ello me identifico; aunque tus palabras suenan fantásticas. Añoranzas que bien saben y dejan por delante toda una vida qué saborear...Cómo los refrescos aún desconocidos.
Salud y Libertad.
Fantástico, Beato, desde luego. Pero, al tiempo, práctico. Quizás si supiéramos resolver los problemas del aprendizaje, cosa en la que hay poca gente interesada, se resolvería esa grave situación de la educación y la enseñanza. Pero meter la cabeza en ese saco daría para mucho. Olvidar tanta ley y obligarnos a nuevas prácticas, por ejemplo.
Saludos
La clave de la enseñanza está en lo que tú has dicho con tanta sencillez y acierto: sin alardes.
Basta con tener verdadero interés en que el otro aprenda. Y así sale solo.
Pero ¿hay verdadero interés en enseñar? A mí me parece que no.
Ángeles, puede que cuando hablamos de enseñanza, palabra que tiene que ver con el maestro, debiéramos mejor hablar de aprendizaje, porque tiene que ver con el discípulo. Y da igual que el maestro sepa mucho, si el discípulo no aprende. El problema es que aprenda el que deba aprender. El maestro ya tiene el problema y la vida resueltos.
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