En el páramo de Villacadima no
hay nadie. Es una alfombra de soledad para mí sólo. Busco mis pasos viejos. Doy
con ellos y en ellos me recreo. Camino seis horas sin dolor. Las angustias entrañables
ahogan al músculo. En las frondas camino sin rumbo. Y me pierdo, por si no me
sintiera suficientemente desvalido. Y pienso que no existo. Y, si los lobos o
el jabalí acabaran conmigo, quedaría disuelto en el paisaje. Y me doy cuenta de que
estoy muy cansado por dentro. El páramo es tan bello y tan triste como la vida que abrazamos.
22 de noviembre de 2014
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4 comentarios:
A veces me da la sensación de que nuestra mente busca adrede un poco de soledad y tristeza; que necesita dejarse ir, sin forzarse a estar "bien". A veces, estando mal es como mejor estamos.
De todas formas, espero que pronto salgan algunas flores en tu páramo interior.
Y, a veces, ambas cosas vienen a la mente sin necesidad de que ésta las busque. Pero así tiene que ser, Ángeles, y no podemos negarnos a pasar por ese embudo.
No hay muchas alfombras de soledad por aquí. Las cosas no están en calma y da miedo adentrarse en parajes que antes eran arena dorada cubierta parcialmente por tapetes lilas y amarillos de flores diminutas. Hoy día, en los paisajes desérticos extensos suceden cosas malas. Y solo queda cruzar por el camino de asfalto a 110 km por hora.
Ya no da mucho para la nostalgia, sino para la supervivencia.
Eres afortunado.
Abrazos
Es triste lo que dices, Descalza.
Así que, bien mirado, no le faltan a uno motivos para estar algo contento con los parajes habituales y cercanos de desolación.
Gracias.
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