Mientras contemplo la bambolla de
ese acantilado que otea el mar sin esperanza y admiro el ocre camelote de la
tierra tiznado de cinarras, tercamente silba entre la fusca el zarzagán helado
de la sierra. En días como éste, el viento norte cambia de sitio los neveros y,
a lo lejos, suena como una bramadera en las rompientes.
Añoro los días calmos de la
primavera cuando las balsamitas amarillean entre los escombros del gran cerro.
Pero hoy el biruji transparente taladra gabanes, vacía palabras y atenaza todo
pensamiento excepto uno: “Vete a casa”.
El raso azul del cielo engaña
mucho.
2 comentarios:
¿Te fuiste, o te quedaste a escribir la poesía allí mismo?
No, Ángeles, de ninguna manera tuve el salero necesario, ni agilidad en las manos entumecidas, para sacar el lápiz. Lo escribí después, en casa, calentito.
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