Dolía ver las puertas reventadas
y la casa revuelta. Aquella profanación de las reliquias de un ser anónimo
producía piedad propia y nostalgia ajena. Poco pudieron llevarse de valor.
Por dentro estaban desparramadas sus
pertenencias, los armarios registrados, los utensilios tirados por doquier y,
todo lo que un día sirvió, yacía ya sin dueño, utilidad y sentido, sobre el
piso.
Por fuera, una grieta rajaba la
pared, el tejado quería vencerse, el pilón seco se resquebrajaba, las parras
avanzaban alocadas, la caseta del perro sin eco de ladridos.
La estela de otro solitario se
difuminaba en abandono, rapiña y olvido.