De aquel sonido telúrico, ronco y
vibrante, del tantán, hemos pasado a estos cilindros silenciosos y a las agujas
de imponentes antenas. Del eco antiguo del tambor, siempre inquietante e
incierto, o del vibrar de la campana avisadora que llamaba a rebato, hemos
llegado a la comunicación certera, directa, personal y, dicen algunos, que
adictiva, que se sustenta en las radiaciones electromagnéticas. Cada uno de
nosotros somos ya una antena. Era más misterioso el monótono ritmo de la selva
pero, os aseguro, que a mí estos nidales silenciosos y estas moles siniestras
me dan miedo. No puedo remediarlo, me asustan.
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2 comentarios:
Sí que dan miedo esas torres, sí, y además entre esas brumas me han recordado las escenas de King Kong, cuando los nativos le entregan en ofrenda a la pobre chica. Y suenan los tambores.
"Cada uno de nosotros somos ya una antena." Me quedo pensando en eso.
A mí, Ángeles, también me sugiere otras cosas. Como, por ejemplo, que por medio de las nuevas tecnologías, en lugar de aumentar la intimidad y el secreto de las comunicaciones, está ocurriendo lo contrario.
Se nos olvida que Internet, en su origen, fue un invento militar. A buen entendedor...
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