Dolía ver las puertas reventadas
y la casa revuelta. Aquella profanación de las reliquias de un ser anónimo
producía piedad propia y nostalgia ajena. Poco pudieron llevarse de valor.
Por dentro estaban desparramadas sus
pertenencias, los armarios registrados, los utensilios tirados por doquier y,
todo lo que un día sirvió, yacía ya sin dueño, utilidad y sentido, sobre el
piso.
Por fuera, una grieta rajaba la
pared, el tejado quería vencerse, el pilón seco se resquebrajaba, las parras
avanzaban alocadas, la caseta del perro sin eco de ladridos.
La estela de otro solitario se
difuminaba en abandono, rapiña y olvido.
8 comentarios:
Es el tiempo quien se adueña de toda servidumbre material, aunque sean religiosas. Y nadie lo podrá vencer que aunque permanezcan los objetos la memoria los olvida.
Ejemplo del poco valor de la vida que no todo perdura.
El tiempo, desde que se nace, nos roba la vida y si hiciera falta se carga todo lo demás.
Levas razón, Anónimo, y nosotros estamos esperando turno porque no seremos ninguna excepción.
Saludos y gracias por tu comentario.
Yo prefiero imaginar los buenos momentos que se vivieron en esa casa, en buena compañía, con el sentimiento de amparo y acogimiento que da una casa en la que se vive a gusto.
Después que venga lo que tenga que venir, pero aquello que se disfrutó tiene sentido por sí mismo.
Ya ves, me niego a ponerme melancólica.
Qué alma tan recia tienes, Ángeles.
Y, a la par, qué positiva.
Pero, mujer, si no les damos vueltas a las penas, el gozo por nuestras afortunadas vidas nos cerrará los ojos al dolor ajeno. No seas así. :-)
Gracias por el comentario y saludos.
Bueno, tu sabes que más o menos la mitad de ese positivismo y esa cosa es producto de un esfuerzo consciente, ¿verdad? Lo que pasa es que ya me lo voy creyendo yo misma :D
Claro que sí, Ángeles, el esfuerzo tuyo y el de tantas otras personas que lo intentan cada día.
Saludos.
Los objetos personales de los muertos. Esos que sus herederos recogen de sus mesillas de noche, sacan de las cómodas, encuentran en los cajones. Pequeños tesoros que nadie tocaba. Que quizá nadie sabía que existían. O simplemente las gafas de leer de cerca. con su cordoncito. las tienes en tu mano y la ausencia del muerto se hace incomprensible.
Compartimos, Zeltia, como creo que le sucede a mucha gente, un pensamiento sobre lo que desaparece suscitado por los restos que quedan: casas en ruinas, desvalijadas, con los huertos abandonados y los frutales podridos.
Tal vez pensamos que quede un hálito de vida en las cosas que otros tocaron, en los lugares que otros habitaron, en las ilusiones que otros sintieron.
Y ciertamente se padece una angustia irremediable ante los restos que dejaron otros seres humanos, aunque ni llegáramos a conocerlos.
No sé si esto tendrá un nombre en el creciente catálogo de las enfermedades del alma. A mí ésta me atacó desde que tengo memoria.
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