Nuestros padres, y muchos de
nosotros, hemos vivido encadenados a un horario. Era éste la cotidiana hoja de
ruta del trabajo. Y, para recordarlo, todos terminamos llevando el sutil
grillete de un reloj de muñeca.
Cuando irrumpió la informática,
muchos ilusos creímos que venía a liberarnos, pero se ha utilizado no sólo para
extender el control y difuminar las lindes del horario laboral sobre nosotros,
sino también para invadir cualquier momento, cualquier actividad, gusto o
afición. Y, a medida que, como niños, sigamos aceptamos gozosos, y pagando
gustosos, los medios que nos vigilan a distancia, nada nos quedará que sea
propio.
2 comentarios:
Yo por un móvil mato.
¿Qué otro móvil podría tener si no comunicárselo a la víctima?
Vivimos en un mundo de víctimas alegres y, me temo, que les digas lo que les digas seguirán a lo suyo. Porque todo el mundo está dispuesto a vender la libertad por dinero. O casi todo el mundo. O, al menos, eso parece.
Un abrazo.
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