Y habiéndose burlado de tantos
hombres con toda la brutalidad de su talento y hermosura, topó con uno de peor
ralea que la suya. Y, tras sufrirle, amarle y odiarle al mismo tiempo, sin que
sus sentimientos le dejaran respiro, sin poder apartarle de su vida, con el
discernimiento cegado por la angustia de una pasión tan brutal como insegura, el
rufián, hastiado una vez más, se marchó de su lado. Y quedó la bella varada,
como un halcón alicortado, en un camino sin retorno, perdida y enfrentada al peor sino de una mujer
como ella: envejecer y odiar.
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4 comentarios:
"Envejecer y odiar", terrible destino para cualquiera.
Un relato tan interesante como breve.
Quizás, sin premeditación, cuando uno es joven, desprecia o se desentiende de lo que será; cuando uno se hace viejo, envidia o critica, por olvido, lo que fue. Y es fácil para los viejos odiar lo que ellos mismos fueron.
Pero, bueno, seguro que para esto habrá muchas opiniones.
Saludos, Ángeles.
No hay punto más cambiante que el punto de vista
La imagen del halcón con las alas cortadas produce mucha angustia, no poder hacer nada de lo que con fuerza y habilidad se hacía...
De las mermas de nuestra naturaleza, muchas veces, ya es imposible recuperarse. Pero yo creo que del odio, sí.
Gracias, Zeltia.
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