Las nubes jineteaban al viento del oeste. Debajo, el suelo suplicante, sediento, ansiosamente, como un pez en agonía, boquiabierto al agua. Los nimbos negruzcos viajan raudos, como si pagos, más resecos aún, les esperasen. Desfilan con la indiferencia de las altivas modelos, de los adonis hoscos, por la amplia pasarela del horizonte. Nubes, anuncios del perfume inodoro de los seres simples. Seres desafiantes, casi feroces, que, con soberbia ostentación, muestran sus senos de agua inalcanzables. Las tierras sueñan acicalarse con su aroma sin olor.
Al viento del oeste le llaman
blando, anega la tierra, muellea el campo. Reza su letanía el labrador, con más
fe que esperanza.