Cuando mi amigo me dijo que su
acompañante llevaba pistola, me quedé mudo.
-
Manel, enséñale la pucha. Al fin y al cabo, vamos a
vivir en su casa.
-
Eso no lo necesitas –dije impresionado, contemplando
atónito el arma que Manel me mostraba-, déjala en tu cuarto y no vayas con eso
por ahí. Aquí no te hará ninguna falta.
Manel miró a mi amigo de modo
interrogante. Éste le hizo un gesto, el otro la enfundó, y luego, sonriéndome,
me dijo suavemente:
-
Estoy seguro. Pero tú no sabes la cantidad de cosas que
resuelve simplemente el llevarla.
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