“Fue en España
donde los hombres aprendieron que se podía tener razón y ser vencidos, que la
fuerza puede derrotar al espíritu y que hay tiempos en el que valor no es su
propia recompensa.” (Albert Camus)
Bajó al cementerio con su abuela.
A la entrada había una gran cruz. Una banda tocaba marcialmente y muchos
señores cantaban frente a ella.
El niño se quedó mirándoles. La
abuela le tiró de la mano.
-¿Dónde vamos?
-A rezar a los
nuestros.
-¿Y dónde
están?
La abuela le condujo a un
rinconcillo recóndito.
-Aquí, hijo.
Clavada en la tierra del rincón
había una cruz pequeña de madera, tres o cuatro claveles ajados, tirados a su
pie, y un cartelito sobre ella: “Una oración por los olvidados”.
2 comentarios:
Entonces eso de que en la muerte todos somos iguales ¿tampoco es verdad?
Menos que nunca, Ángeles, pero, como nadie sabe lo que pasa después, nos hacemos la ilusión.
Lo sé de buena tinta. ;-)
Publicar un comentario