El hombre, ya viejo, pondera,
como si fuera un niño que cuenta sus monedas, el esfuerzo que su cuerpo puede
administrar. Pretende calibrarlo, no quiere desfondarse. Delante tiene, como
tantas veces, el campo abierto: los barrancos umbrosos y amenazadores, las
solanas retadoras de los cerros altivos, la llanura ondulada de rastrojos
monótonos, la espesura verde del pinar, el pardo alobado del marojal. Teme que
el ánimo, que se opuso a pasar de los veinte años, camele a la mente y, el uno
por la otra, terminen deslomándole en una caminata fácil para el ojo pero
temible ya para las piernas.
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4 comentarios:
Estas reflexiones me han recordado que mi abuelo, cuando tenía 80 años, decía que se sentía como si tuviera treinta. Era, como dices, el ánimo, el espíritu que lo engañaba, porque los pies sí que tenían 80 años.
Pero qué bien se sentía.
Uno es joven mientras no se acuerda de que tiene cuerpo. Creo que me entiendes, Ángeles.
yo sí que te entiendo, Lan
y no necesito de "barrancos umbrosos ni solanas retadoras, ni llanuras onduladas..." me basta con dejar el ascensor atrás y caminar unos 10 pasos por la acera para recordar que tengo cuerpo.
:(
Lo siento, Zeltia.
Debí estar muy mal acostumbrado en mi juventud pues, todavía, recorro durante horas llanunas, barrancos y solanas.
Pero me has recordado aquello de:
"Dicen de un sabio que un día tan pobre y mísero estaba que sólo se sustentaba de una hierbas que cogía. ¿Habrá en el mundo otro hombre más pobre y triste que yo? Y cuando el rostro volvió halló la respuesta viendo que otro sabio iba cogiendo las hierbas que él arrojó".
Bueno, creo que es más o menos así.
Seguro que tú también lo aprenderías de pequeña. :-)
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