Ya no hay partido político sin su
curso de verano. Todos ellos presentan algún líder joven. Olvidando la campanuda
responsabilidad de estado, idílica característica del bipartidismo asentado, todos
se han lanzado en tromba a la piscina estival de los proyectos. Quieren regenerarnos
de sus propias vergüenzas. Al ciudadano le pillan por sorpresa esta legión de
socorristas y casi le asustan. ¿Conseguirá este despliegue de celo alguna
cosilla?
La idea se utilizó hace más de 30
años para reciclar a los profesionales de la educación y, al poco tiempo, las
escuelas de verano pasaron de ser promocionadas a proscritas. ¡Menudo peligro!
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