2 de febrero de 2013

De caza



Laderas, barbechos, rastrojos, siembras, olivares, viñas, aliagares, retamares, espinos, zarzamoras, bancales, aguazales, pobedas y jarales, todo lo va moliendo en su tic-tac el perseverante paso de las botas. Los ojos devoran las distancias, pero los pies tienen que coserlas con miles de puntadas diminutas, juntitas, tranquilas en el llano, relajadas en las bajadas, apretadas y fatigosas en las tremendas cuestas que agotan el motor de los pulmones y tensan de dolor las cuerdas de las piernas. Canta la perdiz en lo más alto y se deja caer ladera abajo para que sortees, si es que puedes, un nuevo barranco.

La noche



Tirita el uniforme negro de la noche con sus topos lejanos de luces engañosas. Dos sonidos en la negrura esférica: el golpeteo acolchado de la lluvia en la tierra y el aliento silbador del viento que lo enmaraña todo. El niño tiene miedo, se tapa la cabeza y, dentro de la cama, inventa otra oscuridad caliente que le ampara. Y, despacito, se zambulle en la burbuja acorazada del sueño. Ignora así ese tiempo, inmenso para él, que sólo se borra cuando la luz lo desbarata, porque la noche es para brujas y lobos, y algunas almas que no encuentran acomodo.