Quebrada como algunas piedras
quedó la vida de muchas personas por esos desarraigos prometedores a que obligó
el perjuro progreso. En Bilbao, en Barcelona, en Madrid, o vaya usted a saber dónde,
hubieron de buscarse un sucedáneo de la vida normal, que fue la que heredaron
de sus padres.
Ahora reverdecen en sus pueblos durante
esos agostos anuales en los que vuelven como cansadas aves migratorias y no es
extraño escuchar frases como ésta:
-Ya lo tengo yo hablao con la mujer. En cuanto faltemos uno de los dos,
yo me vengo al pueblo.