Yermo por dentro queda uno ante
aquel campo de batalla, ante aquella fiesta real, fúnebre y salvaje de ateos,
moros y cristianos, de sublevados y leales, de rojos y fascistas, de muertos de
tantas ideas y lugares que, al final, sólo la muerte los hizo semejantes.
Desde la Sierra de Pandols se
domina el escenario de la Batalla del Ebro y uno se siente incapaz de imaginar
desde allí el enfrentamiento de medio millón de hombres. La mañana está fresca
y luminosa. A lo lejos todo es belleza pero a mis pies aún encuentro un trozo
de metralla. Lo guardo.