Cuando dije:
- Maestro, ¿en qué puedo creer?
Él me dijo:
- Tienes muchas teles para escoger.
Cuando mi infantilismo me incitó a preguntar:
- Maestro, ¿qué alternativa debo abrazar?
Él me dijo:
- ¿Es que acaso no te basta tanta publicidad?
Pero yo, impenitente, insistí:
- Maestro, ¿qué me debe regir?
Y, entonces, él me dijo:
- Eso es asunto que te toca decidir.
Y yo dije:
- Maestro, entonces, ¿para qué me sirves?
- Para que aprendas a no necesitarme –dijo el muy cabrón. Y, con aquellas palabras, me destetó para la vida.
Yo me quedé pensando: “No sé, no sé… Estos jodíos orientales.”