20 de octubre de 2013

Cuando el cuerpo teme


El hombre, ya viejo, pondera, como si fuera un niño que cuenta sus monedas, el esfuerzo que su cuerpo puede administrar. Pretende calibrarlo, no quiere desfondarse. Delante tiene, como tantas veces, el campo abierto: los barrancos umbrosos y amenazadores, las solanas retadoras de los cerros altivos, la llanura ondulada de rastrojos monótonos, la espesura verde del pinar, el pardo alobado del marojal. Teme que el ánimo, que se opuso a pasar de los veinte años, camele a la mente y, el uno por la otra, terminen deslomándole en una caminata fácil para el ojo pero temible ya para las piernas.

Felicaos

Sentencias seguras pero de incierto desenlace, de indefinida duración, con apelativos de etimología griega y latina, con olor a desinfectante, en un mundo de hospitales, quirófanos, esperas, ambulancias, diagnósticos, biopsias, drenajes, catéteres, sueros, cicatrices, consultas, consejos, serosidades, sangre, urgencias, isótopos, tinciones… Es la entrada en un mundo caótico donde, entre la perdición y el vértigo de meses, ha de conservarse serena la cabeza porque, entre esa maraña mareante, sigue estando la vida agazapada y los seres humanos somos capaces, incluso entonces, de dar con la felicidad. Aunque, en esos casos, yo la llamaría, suplicando perdón a todo diccionario: “felicaos”.

19 de octubre de 2013

Traductores


(Foto de J.L. Peña)

Encandilados, palpitan y tiemblan, enardecidos y vibrantes de la nariz al rabo, esos perros borrachos, embriagados especialmente por aquellos olores del campo que a los humanos les están vedados. Hablan los canes un lenguaje gestual, de posturas, de aceleraciones y paradas bruscas, de saltos, de muestras persistentes o cambiantes y, a veces, aunque parezca inverosímil, hasta olvidan ladrar. Traducen, instintivamente, una lengua muda de aromas, tufos y rastros caprichosos que, invisible, está escrita en la tierra, en el aire y en la vegetación. Se afanan en recordar al hombre un lenguaje olvidado que ellos aún dominan: el de la Naturaleza.

13 de octubre de 2013

Estar, están.


Opinión fue, de no sé qué sabio, que en el mundo sólo había un gobierno digno y justo. Y aconsejaba a las naciones que cada una creyese que aquel gobierno era el propio y, así, sus naturales vivirían felices sabiéndose rectamente dirigidos y gozando de su justicia insobornable, amparo de los débiles y escarmiento de los poderosos que tienden, aún hoy, en algunos pagos, a acoplarla a sus caprichos. Pensando así, la paz iluminaría la Tierra y los mansos gozarían la bienaventuranza de poseerla mancomunadamente. Pero nuestro gobierno hace tantos esfuerzos por desengañarnos, que es que no hay manera, oye.