18 de julio de 2013

Corte


-Ya me enteré que se ha muerto el Pirolo. Lo siento chica.
En la frutería, la aludida pone un gesto de resignación y hace un mohín de pena al tiempo que musita suspirando un lacónico:
-Gracias.
La otra parroquiana sigue en su papel plañidero y, viendo al niño que la doliente hija lleva de la mano, no se resiste a la pantomima del bienqueda y continúa con su pía conmiseración:
-No tengas pena, hijo mío, que tu abuelito ya está en el cielo.
El niño la mira y, tras apenas un segundo, dice muy serio:
-No creo.

Tirados


Con el sentido ético adormecido, o entumecido, por los golpes que se dan los payasos en este circo cotidiano, cruel, desmoralizador y ameno en que se ha convertido, o quizás lo fue siempre, la política, reconozco que el espectáculo merece la pena. Y cuando vemos a los protagonistas echarlo todo por las tarjeas de la degradación, tenemos una idea más exacta del mundo y del país y, ya de paso, de nosotros mismos. Inermes, presuntamente honrados, vemos agarrarse a la tabla de la presunción a todo el mundo porque presuntamente somos ciudadanos libres en un país presuntamente democrático. Da morbo.