El caminante postra su mente ante
el templo vivo que de vez en cuando le altera los sentidos, le paraliza toda
urgencia y, contra su voluntad, le urge a quedarse. Titubea. Pero, al final,
cada uno es presa irrenunciable de sí mismo, de esta vida que nos hemos
fraguado, y, queriendo no irse, al alejarse, el caminante se siente un mero
rehén, un ser indigno, un colgado de una vida fugaz y desnortada, amiga de lo
insignificante.
29 de marzo de 2013
Inmolados y olvidados
(Inmolar.- Sacrificarse por un ideal o por el bien de otros.)
Todos los que fueron inmolados
tuvieron, tienen y tendrán un peso plúmbeo, negro y repugnante sobre la
conciencia particular y colectiva. Porque todos somos seres humanos y porque
morir es ley pero no hay ley para matar.
El olvido es la ley del tiempo,
sin embargo no hay ley para olvidar. Existen numerosos monolitos que, por azar,
uno encuentra. Sin embargo, podría haber muchos más que uno no encontrará
jamás. Todos rememorarían a personas que fueron desdichadamente iguales a la
hora de morir pero, para algunos, ni siquiera está permitido el recuerdo. Hay
quien lo teme. Aún, tantos años después.
Arrui
Para el caminante perseverante y
discreto, que no sabe lo que busca en los montes pero al que suele maravillar lo
que encuentra, siempre es fascinante la serena presencia del animal salvaje.
El caminante se pregunta si no
encontró un congénere, otro ser que ansía vivir sin ser notado. Pero como el
ser humano se nutre de recuerdos y goza imaginando paraísos, no se resigna a no
robar, con el ojo impune, negro e inofensivo de la cámara, la imagen
desconfiada y esquiva del arrui. Y, en un instante, se queda con un pellizco
vivo de la sierra.
12 de marzo de 2013
Carnaval
Me llama la llamada del oropel
vacío. Tapadera firme y fugaz, como la música estruendosa, para cuanto pueda
ocultar una pequeña locura transitoria. Me llama la llamada del tul, del celofán,
del color y las formas, del papel y de la pedrería, de la inusual alegría obligatoria,
del desfile, del exhibicionismo ocasional que embadurna de caricias el ego, que
envuelve cuerpo y alma en papel de caramelo, que alumbra espejismos de Alicia
en su país para olvidar las desdichas del nuestro. Un año más pasó el carnaval
haciéndonos felices como a niños. ¡Viva el carnaval! Ahora, seguiremos con la
farsa.
Viviendo con sonrojo
Buda no pide. Rubio, su perro, le
acompaña siempre. Viven en la playa.
Hoy un concejal le ha mandado
sentarse bajo el parasol de una terraza.
-Una cerveza para Buda.
-Yo solo habla polaco.
-Sin problemas. Yo hablaré.
El concejal se engola ante la
televisión local:
“Es una historia de amor. Buda y
el Rubio son inseparables. No quiere irse a un albergue porque le separan de su
perro. Este ayuntamiento le proporciona jaula y atención veterinaria para que
ambos puedan trasladarse al albergue de la capital.”
Y, con esta caridad televisada,
Bodo y el Rubio desaparecieron de la turística playa. ¡Viva España!
En un mundo pervertido
No sé su nombre. El viejo está
sentado en una banqueta plegable a la salida de un supermercado. Solía tocar el
acordeón.
-Señor, ayúdame.
Él me conoce. Miro y veo su
acordeón junto a él, apoyado en la acera, con un letrero que dice: “Se vende”.
-La policía no me deja tocar.
Algo se me remueve por dentro. La
ira es un sentimiento que se me queda corto. La policía, tremendamente efectiva
protegiéndonos del hambre inofensiva y onerosa del músico rumano, es incapaz de
atajar las rapiñas descaradas e infames de los poderosos. Vivimos en un mundo
pervertido. Doy fe.
11 de marzo de 2013
Abel Paz
Abel Paz eligió el nombre del
primer hombre bueno asesinado y un apellido tan conciso, preciso y armonioso
como amplia, general y bastardeada es la idea que contiene. Él podía hacerlo
porque era anarquista y pensaba que la Humanidad no necesita gobiernos, jerarquías,
autoridades, policías ni ejércitos, y las personas, enclavadas en la Naturaleza,
no necesitan ninguna de esas entidades para estar, como los otros seres, en
comunión con ella. A la vista del desastre de nuestro sistema de vida, me
pregunto si Abel Paz no tenía razón. Llevamos demasiados siglos encomendando
nuestras vidas a los clanes de Caín Guerra.
Frente al mar
Frente al mar quieto de mercurio
azul el corazón se para. La deslumbrante llamada del miedo anega las entrañas.
La calma tentadora te adormece y te alivia con la fuerza inesperada de una
droga antigua, desconocida u olvidada. La voz interior calla, engatusada, para
escuchar el silencio de terciopelo luminoso. El espíritu se imanta y, aquietado,
pierde el pulso, olvida el tiempo, y se bifurca entre el ahogo sobrecogedor y la
ternura de un seno que rebosa esperanza. La memoria se vacía de recuerdos y,
por unos momentos, no eres joven ni viejo. No eres nada ni nadie.
Perdido en un rincón de embrujo
Zlatan cena de prestado las tapas que graciosamente le pone
el tabernero amigo. Habla solo y, alternativamente, con los parroquianos.
Desgrana, en su ritual, una cerveza tras otra. La nebulosa torturante de lo que
vio, de lo que hizo, le acompaña.
-
¿Volverás a tu país?
-
Allí no existo. Como de tantos, no hay memoria de mí en
ningún registro.
-
Pero, ¿tu familia?
-
A mi padre lo mataron, madre murió. Es todo.
-
Pero, ¿tu casa?
-
Es de otros.
-
¿De dónde eres?
-
De Mostar.
-
Allí los españoles reconstruyeron el puente viejo.
-
Sí, lo dejaron aún más antiguo de lo que era.
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