27 de diciembre de 2011

Ni positivo, ni negativo: el pensamiento

Pronto o tarde llegamos al convencimiento, cuando no nos llevan a él de un modo u otro, de lo inconveniente que es todo lo que nos gusta. Así nos procuramos la infelicidad privándonos de ello o, haciéndolo, nos mortifican los remordimientos y somos infelices igualmente.
En definitiva, el tiempo pasa y, sin embargo, hay que ver, en la vida, el tremendo trabajo y los esfuerzos que a casi todos nos cuesta el no llegar a ningún sitio.
Y, que conste, que no lo digo por mí que, dentro de un par de horas, me voy de viaje. Caiga quien caiga.

21 de diciembre de 2011

La mirada vieja


Obsesionado por la vieja muerte, camina incansable el cazador buscándola. La aleación de la vida y la muerte no le deja dejar de pensar. El retorno a la ansiada soledad gratuita del quedo monte es una droga que redime de esa soledad ruidosa, adorno de la vida. Inconsciente de que es locura querer ajustar nada con la vieja, prosigue pertinaz, sin un destino. El mismo sol que deshizo la escarcha le dice adiós con su mirada horizontal y, entre el inicio de las sombras, cada vez más frías, vislumbra, en un momento, la mirada quieta con que la muerte mira.

El toque de la siringa


¿Madre, qué toca el afilador?
Va tocando la siringa
y con ella afila al viento
y lo deja más cortante
que el silbido de una sierpe
con sus dientes de diamante.
¿Por qué toca siempre igual?
Porque el viento sube y baja,
baja y sube,
y luego vuelve a bajar,
y la siringa le dice
como tiene que soplar.
¿Y el viento afila cuchillos?
Sólo él los puede afilar,
porque el viento sube y baja,
baja y sube,
y luego vuelve a bajar.
La siringa lo amaestra
y él no se puede negar.
Porque el viento sube y baja,
baja y sube,
y luego vuelve a bajar.

16 de diciembre de 2011

Despedida discreta

Entre cuatro paredes, dos a dos paralelas, pasaron las dos terceras partes de mi vida. Forzosamente tomé sentido de las proporciones y mi existencia tuvo dos tercios de obediencia, rutina, melancolía y hastío. El otro tercio vivo, hoy, gozosamente se ha adueñado del todo.
Estoy agradecido a los que me han querido, pero, recobrando mi vida, he encontrado la calma, y sé que alguno, al despedirme, se ha sentido perdido. No me vanaglorio de nada pues, al final, sólo unas humildes peonías me han acompañado, las flores amorosas de mi ser más querido. Con eso basta.

15 de diciembre de 2011

El diente


Cuando se me cayó el primer diente mi abuelo me llevó junto al quicio de la puerta del patio y con un lápiz trazó en él la marca de mi altura. En ella clavó el diente despacito y, cuidadosamente, escribió la fecha. Los días siguientes acudía ansioso a medirme a la señal hasta que, frustrado, terminé por olvidarla. Ya no hay abuelo, casa, patio, ni puerta y me pregunto si en alguna escombrera estará pudriéndose aquel quicio del diente.
Vivía ignorante de la muerte y mi felicidad hubiera sido superar aquella raya. Pero ni siquiera algo tan sencillo pudo ser.

14 de diciembre de 2011

Madre vieja

Debajo del cascarón de niebla, yace la tierra, cubierta de otra capa recién alumbrada que el color funde con su madre vieja. Entre los robliscos late, imperceptible, el aliento fugaz del monte y, sus seres esquivos, que son misteriosos y cambiantes, parece que se han desvanecido. Algunos santos innombrables, de virtudes hoy desconocidas, devotos sin etiquetar, le permanecen fieles: anónimos anacoretas montaraces, tercos y siempre fugitivos.
En su ensimismamiento, el vuelo sesgado, inopinado, zigzagueante y esquivo de una becada brotando de los ocres muertos, les recuerda que hay, ocultos, otros mundos, mundos concéntricos. Y buscan palabras, pero no las encuentran.

13 de diciembre de 2011

Diciembre

La niebla se dedica a posponer los amaneceres y éstos duran, a veces, todo el día y, entonces, anochece sin terminar de haber amanecido. La gente, que está a otras cosas, no aprecia estos detalles ni le importan. Pero, en estos diciembres de montes ateridos con sus suelos rojos de hojas húmedas y blandas de marojo, el silencio se alía con la niebla y ambos llenan las barrancas ocultas, desiertas y olvidadas de un humo blanco y frío, de un humo que moja al que se interna en él y le hace sentirse dormido, por un rato, en su mortaja.

9 de diciembre de 2011

La emoción

Miro hacia adelante. El abrigazo ajado, gris y pesadote que, como un tonto, he aguantado tantos años se me ha caído de los hombros. De debajo, ha salido la alegría nueva y elástica de un perrillo. Casi me han dado ganas de acariciarme detrás de las orejas. El futuro es un traje gratuito, a estrenar, con zapatos de suelas intactas y blancas, de tocino, una promesa de pasos ansiosos, de caricias airosas de seda, de espacios perdidos esperando. Esta vaharada nueva ha empañado el retrovisor de mi vida. ¿Y qué le importa a nadie, si no me importa a mí?

2 de diciembre de 2011

Filósofo de barra americana

-Mira, un hombre, que sea hombre, tiene que querer a mil mujeres.
-Bueno, y una mujer, supongo, que también puede querer a mil hombres.
-Lo has dicho muy bien: puede, pero ella no quiere querer a mil hombres, quiere querer a uno que la quiera: el instinto del nido.
-Y los hombres, ¿no lo tenemos?
-No señor, el único instinto del hombre es el del apareamiento. Y por eso, no por mero gusto, andamos por ahí desatalentados.
-Pero las mujeres dicen que somos esclavos de nuestra entrepierna.
-Ellas son las que quieren esclavizarnos a su nido.
-Me deja usted de piedra.
-Como lo oyes.

1 de diciembre de 2011

El sacabocados

Palabras que abandono al aire llenan mi vida.
Y, a la vez, la vacían de vértigo
y, de su propio vacío, la liberan.
Por su enunciado se me escapan
los sentimientos tristes,
esa ciénaga de lugares comunes,
sin formal importancia,
que acaban por amolar el alma.
Y me pregunto si sería el mismo
si no anduviera tan enzarzado
en mis enredos de palabras.
Ando colgado de ellas,
pendiente de su aguja viciosa,
afilada de tinta y de tics eléctrónicos,
que me hace depender,
como de la respiración,
del significado y el sonido
de su  poderosa alma invertebrada.
De todo lo demás ya dudo.
Y las restantes cosas bien me espantan.
Vivo cosido, dia a dia,
a los agujeros que en mi piel taladra
el sacabocados hambriento de la palabra.

Sobre la marcha

Las dos mujeres subían animadas por la Calle Mayor.
- Y, ¿se presentó ayer?
- Sí, hija. Cuando menos lo esperaba.
- ¿Te hablaría al menos de la separación y discutiríais lo de la niña?
- Que no habló nada, sólo actuó.
- ¿Cómo que no habló?
- Lo que oyes. Ni pun de la niña, ni de nada.
- Pero, entonces, ¿a qué vino?
- Mira, no lo sé. Pero, eso sí, me echó un soberano polvazo de media tarde y me quedé como nueva y, claro, sin palabras.
- No lo entiendo.
- Ni yo tampoco, pero, ¿qué habrías hecho tú?
- ¡Ay, chica, yo qué sé!