14 de diciembre de 2008

I


Algunas veces me pregunto si para los seres que conviven con nosotros no terminamos siendo trasparentes. Y, si nos quieren, lo hacen a pesar de conocernos. Quizás ellos lo sean también para nosotros y cada uno, centrando en sí el eje del universo, no se dé cuenta del neto y claro conocimiento que de los demás tiene. Claro, sólo hablo de los más cercanos. Quizás no nos paramos nunca a observar tranquilos, olvidándonos de nosotros. Porque ese yo en el que residimos es tan importante que nos ciega y, tal vez por eso, los ingleses lo escriben con mayúscula.

5 comentarios:

Paz Zeltia dijo...

una de esas frases hechas que andan por ahí:

"un amigo es aquél que a pesar de conocerte, te quiere". Eso es verdad, eh. y la pareja lo mismo. ¿pero se puede querer de verdad a alguien que no conoces? o solo amamos la imagen que nos hemos hecho de otro?
mira, nin cho sei nin me importa.

lo que me ha molado del escrito es lo del I de los ingleses, es cierto, tú.

Lan dijo...

Nos hacemos la ilusión de conocer a alguien, a quien nunca hemos visto, por lo que escribe o por algunas fotos que pensamos que nos dicen algo. Pero todo eso es una simple ilusión. Alguien puede agradarnos con lo que escribe y ser un ser huraño, esquivo, de pésimo carácter y hasta de dudosa estabilidad mental. A veces, en lo escrito, puede darse salida a cosas que en la vida normal están vedadas. O lo están, al menos, para quien las escribe.

Paz Zeltia dijo...

Estoy de acuerdo.

En el verano de 1857, Charles Dickens recibió con alegría la visita del danés Hans Christian Andersen, el entrañable autor de cuentos como El Patito Feo o La sirenita.
Los dos escritores se habían conocido en una fiesta diez años atrás y habían mantenido, desde entonces, una amistosa correspondencia antes de formalizar la invitación.

Antes de emprender el viaje, Andersen le aseguró a su amigo que no le molestaría demasiado, puesto que se quedaría solo dos semanas y tenía mucha gente a la que visitar.
En muy poco tiempo, Dickens iba a lamentar el haber invitado a su colega:para empezar, se quedó cinco semanas. La mujer de Dickens empezó a impacientarse, y aunque le insinuaban que se estaba extralimitando, Andersen no se enteró o no se quiso enterar.

La hija de Dickens le puso como apodo "huesudo aburrido" por lo flaco que era.
Además, demostró ser un neurótico patologico, hipocondríaco y capaz de encerrarse en "su" cuarto durante días enteros, sin que nadie supiera por qué.

Cuando, finalmente, el cuentista se marchó, Dickens escribió en el espejo de la habitación de invitados: "Hans Andersen durmió en este cuarto durante cinco semanas".
Para Andersen, sin embargo, el viaje y su estancia en la casa habían sido como un verdadero cuento de hadas. Nunca comprendió por qué su amigo dejó de contestar sus cartas.

Más adelante, Andersen visitó España, un viaje que relató con detalle en sus diarios. Que se sepa, no hubo protestas entre sus anfitriones.

Lan dijo...

Es curioso pero la anécdota que relatas la he vivido en primera persona. Sólo que en mi caso era un conocido, ni siquiera le gustaba la literatura, de unas horas que conocoí en un viaje. Apareció de pronto tras mi puerta tras un sonoro timbrazo dos años después. Pensé que venía a saludarme y le invité a comer. Se estuvo 15 días, le tuve que invitar a todo porque estaba canino y por último pagarle el billete de autobús, casi montarle en él y ponerle 50 € en la cartera para que llegar a su destino. Uno de mis amigos me llamó gilipollas y me aseguró que no me lo decía por alabarme.

Paz Zeltia dijo...

estoy segura de que aprendiste "algo" para siempre

:)