
Era aún hijo único. Tenía pocos años. Tan pocos que, cuando se lo contó a su madre, siendo adulto, ella dudó de que pudiera recordar aquello. No le dijo, sin embargo, que no fuese cierto.
Descubrió el sufrimiento. Fue un día en el que, estando con sus padres, éstos se encerraron y le dejaron fuera para dedicarse el uno al otro sin aquel monicaco impertinente al lado. Comprendió por primera vez que su madre no era suya, como había creído firmemente. Sin seguridad, ya de por vida, asumió la palpable conclusión de que las mujeres nunca son de nadie.
Descubrió el sufrimiento. Fue un día en el que, estando con sus padres, éstos se encerraron y le dejaron fuera para dedicarse el uno al otro sin aquel monicaco impertinente al lado. Comprendió por primera vez que su madre no era suya, como había creído firmemente. Sin seguridad, ya de por vida, asumió la palpable conclusión de que las mujeres nunca son de nadie.
5 comentarios:
bueno, y los hombres tampoco.
:-)
pero no quiero estropear este post tan enternecedor y sensible, con bromas estúpidas.
un placer leerlo.
¡Chispas!
Iba a escribir una pregunta, pero Zel me ganó. Era algo como: ¿Y los hombres sí?.
Pero bueno, digamos que nadie somos de nadie mas que por voluntad. Y si esa voluntad termina tarde o temprano, pues hasta ahí llegó esa historia de dos.
Besos mañaneros
Tampoco, tampoco...
Gracias a las dos por los comentarios. ;-)
Este colega... me suena de algo, pero de la plaza ni idea.
Creo que es Santo Domingo. Observa cómo vestía la gente.
Bienvenido, Isidro, al Todo a cien.
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