
Cuando escribió a su anciana madre y, luego, la visitó, llevándole flores y regalos, lo intuyó. Tampoco les gustaba. Entonces comprendió. No era sólo que no guardasen buen recuerdo, era que no podían admitir que él lo guardara. Que un ajeno hubiera recibido lo que ellos no alcanzaron. Y percibió definitivamente un rencor inmerecido que ignoraba. No toleraban al usurpador.
6 comentarios:
y que mala es la envidia.
[la envidia esa de "me jode que tú tengas", no la envidia de "también me gustaría tenerlo a mi"] no se si me explico.
Un dia me sorprendí sintiéndola, y entre el rechazo que me producía ese sentimiento que hasta el momento había sido desconocido para mi, y el propio daño que la envidia genera,
lo pasé mal, eh, hasta que esa emoción dañina se fue diluyendo permitiéndome un suspiro de alivio.
no envidio nada a los envidiosos
;-)
Zeltia, en este caso, creo que no se describe una envidia pura. Es, tal vez, una historia más de incomprensión, de algo que no se entiende hasta que, un día, la desgracia de otros pone pena en un recuerdo que había sido siempre alegre.
Porque las personas no nos comportamos igual con unos y con otros y duele siempre el no saber si te postergaron por tu comportamiento, por haber defraudado a tu preteridor, o por esas extrañas amalgamas que fraguan en rechazos ocultos, sólo intuidos.
Celos. No envidia. Se parecen, hasta deben tener el mismo color de ojos (dicen que son verdes). Pero ni los celosos, ni los envidiosos, pueden ver lo que la gratitud obra en los corazones advenedizos. Mala suerte para aquellos. Bien por el corazón advenedizo y querendón.
Muy bonito y acertado me parece eso que dices del mismo color de ojos, PIel de Letras.
Y sí, cuando los corazones querendones descubren eso se quedan descorazonados y un poco tristes como el que recibe un palo y no puede expliecarse el porqué.
muy agradecida por la ampliación de esa emoción compleja.
A mandar, Zeltia. :-)
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