Cuando el tiempo me acude, últimamente le llamo mentiroso. Y quiero negarle la existencia, cuando la suya es el lecho donde yacen todas las demás. Y así recorro anhelante los paisajes que son la cáscara vacía de lo que hubo, de quienes los poblaron, de todos los que me hicieron compañía y que hoy, inesperadamente, desertaron de sus querencias habituales. Y, aunque me empeñe en encontrarlos, no aparecen. Echándoles de menos, sigo adelante ansioso, como si alguno, inesperadamente, pudiera presentarse. Pero el tiempo les ha vuelto invisibles y, aunque estén, ninguno me quiere dar la cara y consolarme un poco.
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2 comentarios:
Lo malo del tiempo, me parece a mí, no es que lo vaya cambiando todo a su paso, sino los graves ataques de nostalgia que produce, y que a veces duelen bastante. Aunque poder expresarlos como tú sabes ayuda un poco, ¿no?
Espero que ya estés mejor.
Sí, muchas veces, la palabra, aunque sea escrita, hace un oficio terapéutico. Aunque el dolor sirve también para sentirse vivo.
Gracias, Ángeles.
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