5 de febrero de 2011

Autoestima

No se quería. Por eso era tan amable. Sus atenciones eran un reclamo; su seguridad, una engañifa. Un modo de pedir que los demás asfixiaran, acercándose, al fantasma agobiante de su terca difidencia interna.
Con el tiempo, se enteró de que, a eso, lo llamaban autoestima baja. Dos palabras para decir desconfianza guapamente. Para definir la identidad propia como extraña. Y, ¿cómo no había de serlo la mismidad que, generalmente, defrauda?
Y se dio cuenta de que escribir era una manera sobada de improperio, de, sin confesarlo, decir taimadamente lo que no se quiere. De, liberándose, ser un egoísta cultivado.

2 comentarios:

Ángeles dijo...

¡Engañifa! ¡Difidencia! Mismidad! ¡Improperio!

I love it!

Lan dijo...

No siempre se encuentran lugares apropiados para colocar ciertas palabras.
Me alegro de que te gusten, Ángeles.