No se quería. Por eso era tan amable. Sus atenciones eran un reclamo; su seguridad, una engañifa. Un modo de pedir que los demás asfixiaran, acercándose, al fantasma agobiante de su terca difidencia interna.
Con el tiempo, se enteró de que, a eso, lo llamaban autoestima baja. Dos palabras para decir desconfianza guapamente. Para definir la identidad propia como extraña. Y, ¿cómo no había de serlo la mismidad que, generalmente, defrauda?
Y se dio cuenta de que escribir era una manera sobada de improperio, de, sin confesarlo, decir taimadamente lo que no se quiere. De, liberándose, ser un egoísta cultivado.
Con el tiempo, se enteró de que, a eso, lo llamaban autoestima baja. Dos palabras para decir desconfianza guapamente. Para definir la identidad propia como extraña. Y, ¿cómo no había de serlo la mismidad que, generalmente, defrauda?
Y se dio cuenta de que escribir era una manera sobada de improperio, de, sin confesarlo, decir taimadamente lo que no se quiere. De, liberándose, ser un egoísta cultivado.
2 comentarios:
¡Engañifa! ¡Difidencia! Mismidad! ¡Improperio!
I love it!
No siempre se encuentran lugares apropiados para colocar ciertas palabras.
Me alegro de que te gusten, Ángeles.
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