El jefe de las alturas, condescendientemente mudo como siempre, permite que ocurran las desgracias que los de las bajuras fomentamos con empeño. Pero lo cierto es que nunca hemos pensado que debiera meterse en nuestros asuntos y, mucho menos, que actuara de apagavelas antes nuestras brillantes ocurrencias pasadas, presentes y futuras. Así, los más provectos de entre todos nosotros, conscientes de la necesidad del progreso y de la conservación a ultranza de la vida, nos han convencido y nos convencen de que sus negocios son la única posibilidad de vida inteligente. Y todos, tan campantes, esperando justicia en las alturas.
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