No sé si a la rapidez se le confunde con la efectividad o viceversa; y tampoco, si al conjunto de ambas, mal remuneradas, se le llama competitividad. Pero, pensando en esto, imagino que todo va en contra de la literatura. Y, yendo contra la literatura, va contra el pensamiento. Porque el pensamiento huye del apremio y, por barato que sea el ejercerlo, poco tiene de competitivo lo que te impulsa a cuestionarte, por principio, la utilidad de lo que haces. Así que, mecido en esta paradoja, me duermo escribiendo, como de costumbre, las cosas sin interés que me sacian.
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