5 de mayo de 2014

Mirar sin ver

Caminando a gatas, como un gozquecillo humano, memoricé los primeros recuerdos. Entonces, el mundo material me parecía abstracto: formas sin sentido con las que tropezaba. A mi ritmo hice mi propio plagio intelectual de todo, gracias a personas que, enseñándome, no se tenían por docentes. Y, como en nada fracasaron, todo cuanto me rodeaba se me hizo conocido, y aprendí sin notarlo. Curiosamente, jamás volvió a ser así, ni el colegio ni después. Nunca volví a dar con maestros tan naturales y tan diestros. Hoy me pregunto si enseñar no será, simplemente, resolver los problemas de cualquier aprendizaje. Sin alardes.

4 comentarios:

d:D´ dijo...

Fermoso y peripatético, supongo que es común ese aprendizaje y con ello me identifico; aunque tus palabras suenan fantásticas. Añoranzas que bien saben y dejan por delante toda una vida qué saborear...Cómo los refrescos aún desconocidos.
Salud y Libertad.

Lan dijo...

Fantástico, Beato, desde luego. Pero, al tiempo, práctico. Quizás si supiéramos resolver los problemas del aprendizaje, cosa en la que hay poca gente interesada, se resolvería esa grave situación de la educación y la enseñanza. Pero meter la cabeza en ese saco daría para mucho. Olvidar tanta ley y obligarnos a nuevas prácticas, por ejemplo.
Saludos

Ángeles dijo...

La clave de la enseñanza está en lo que tú has dicho con tanta sencillez y acierto: sin alardes.
Basta con tener verdadero interés en que el otro aprenda. Y así sale solo.
Pero ¿hay verdadero interés en enseñar? A mí me parece que no.

Lan dijo...

Ángeles, puede que cuando hablamos de enseñanza, palabra que tiene que ver con el maestro, debiéramos mejor hablar de aprendizaje, porque tiene que ver con el discípulo. Y da igual que el maestro sepa mucho, si el discípulo no aprende. El problema es que aprenda el que deba aprender. El maestro ya tiene el problema y la vida resueltos.