
Al Cañamón le faltaba una pierna y tampoco era un lumbreras. Muy colaborador, sin embargo, luchaba por hacerse un hueco social pese a sus taras. Así que, apenas fundado el orfeón del pueblo, el Cañamón, sin que nadie pudiera evitarlo, se apuntó. Carente de oído y con una voz tan potente como desagradable, el director hubo de incluir para él, viniera a cuento o no, una parte melódica silbada, impidiéndole de ese modo cantar y dándole la jefatura de los pitos. Pero ya, lo que no le consintió de ninguna manera, fue el día que se presentó soplando aquella gaita.
4 comentarios:
Hay que darle crédito por su empeño. "Que no hay peor lucha que la que no se hace". (Eso debió pensar el Cañamón)
Y tanto lo pensaba y tanto se integró que había que frenarle para que no se hiciera el amo. ;-)
es que, aunque al que no tiene oficio ni beneficio se le llame soplagaitas, para tocar la gaita no vale cualquiera.
mira que hasta existe el dicho ese de "templar gaitas" ...
aquél que sabe templar gaitas, es conciliador, es capaz de aunar voluntades antagónicas, cosa bastante dificil, como podemos comprobar todos los dias.
En este caso no se trataba de un gaitero. Sólo se compró una gaita y se presentó con ella, la criatura.
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