
Tras una semana penosa de autoestop, llegué a París. No conocía a nadie. Él sería mi único asidero. Casi no tenía dinero. Encontré el piso, balbuceando francés ridículamente. Abrió una tía malencarada y me dejó esperando. Oí cuchichear al guest diciéndole a aquella guarra estrafalaria que me despachara.
.
No hay comentarios:
Publicar un comentario