
Su maleta de madera era muestrario, de lo necesario y de lo insólito. Agujas, hilos, cintas, imperdibles, lamparillas, piedras de mechero, estampas, escapularios, colonia a granel, brillantina, peines, lendreras, hebillas, botones, sujetavuelos, gomas, broches, pendientes, hierbas para sanaciones, camisas de culebra… y hasta condones llevaba, en un falso fondo.
Era Ramón un hombre viejo, enteco, con boina, gafas redondas de miope, alto como un estandarte, que vestía pantalón y chaqueta de pana negra sobre una camisa sudada y renegrida por la mugre en cuello y puños. Era vendedor itinerante. Un día desapareció, con su maleta de las maravillas, para no volver.
Era Ramón un hombre viejo, enteco, con boina, gafas redondas de miope, alto como un estandarte, que vestía pantalón y chaqueta de pana negra sobre una camisa sudada y renegrida por la mugre en cuello y puños. Era vendedor itinerante. Un día desapareció, con su maleta de las maravillas, para no volver.
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