
Y me recuerdo, fervoroso infante, besando con unción, del brazo incorrupto de Santa Teresa, la hornacina, ocasionalmente prestada por el Caudillo a mi ciudad. Y pondero: hoy España adora al ídolo de oro, ayer lo incorruptible. Y proclamo con esta derecha, mano sobre el pecho doliente: pobre España, traicionando el ejemplo de aquel, experto en incorruptibilidades, y supremo, aunque devoto, mandatario.
2 comentarios:
Ya estás aquí de nuevo viajero insaciable, y por tus comentarios, con tanta ilusión y ganas como has tenido siempre.
Gracias por obsequiarnos con tus sabrosas, incisivas y valientes opiniones.
Un abrazo
Isidro
Ya ves, paisano, de nuevo por aquí.
Saludos, Isidro.
Publicar un comentario