El monte, de lejos, es pardo. Lomos de lobo sus laderas. En las solanas, empinadas, crecen marojos tan juntos
que deben sortearse de costado. Los brezos y las jaras forman lagunas verdosas
afincadas sobre cuatro dedos ocres de hojarasca. De vez en cuando, un macizo de
biércoles o de ardeviejas blinda un claro. Las umbrías conservan todo el día la
escarcha como la cara áspera de un viejo que, tras enjabonarse, se quedó
dormido y olvidó pasarse la navaja. Sin romper el silencio transparente, una
becada remonta entre la fusca cortando con su vuelo de seda, medio segundo, la quietud.
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4 comentarios:
Y luego hay cuatro pintas por ahí a los que, porque componen cuatro ripios, los llaman artistas.
Que embrujo no tendrá, que embriaga al cazador y le hace poeta.
Muchas gracias, Ángeles. No hay para tanto. Casi me sacas los colores.
De eso, Isidro, poco te puedo decir a ti, porque en horas de campo y en observaciones no sé si habrá alguien que te iguale.
Saludos.
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