Me llama la llamada del oropel
vacío. Tapadera firme y fugaz, como la música estruendosa, para cuanto pueda
ocultar una pequeña locura transitoria. Me llama la llamada del tul, del celofán,
del color y las formas, del papel y de la pedrería, de la inusual alegría obligatoria,
del desfile, del exhibicionismo ocasional que embadurna de caricias el ego, que
envuelve cuerpo y alma en papel de caramelo, que alumbra espejismos de Alicia
en su país para olvidar las desdichas del nuestro. Un año más pasó el carnaval
haciéndonos felices como a niños. ¡Viva el carnaval! Ahora, seguiremos con la
farsa.
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3 comentarios:
buen final (para tan buen principio)
bicos!
Gracias, Zeltia.
Bicos para tí también.
Mmmmmm
No se...
¿Qué sería del calor sin un poco de frío? ¿Y qué del invierno congelante sin el verano bochornoso y criminal?
El carnaval es, tal vez, el desborde de lo que a cal y canto, permanece "apentontado" en las buenas y pudibundas conciencias durante el resto del año.
Como dijo el poeta: "no lo se de cierto, solo lo supongo".
Besossss
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