El caminante postra su mente ante
el templo vivo que de vez en cuando le altera los sentidos, le paraliza toda
urgencia y, contra su voluntad, le urge a quedarse. Titubea. Pero, al final,
cada uno es presa irrenunciable de sí mismo, de esta vida que nos hemos
fraguado, y, queriendo no irse, al alejarse, el caminante se siente un mero
rehén, un ser indigno, un colgado de una vida fugaz y desnortada, amiga de lo
insignificante.
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10 comentarios:
Insignificancias que, paradójicamente, permiten admirar lo magnífico, sentir lo inconmensurable, amar lo inefable y poder distinguirlo desde el claustro del que se siente rehén el caminante.
Caminante, camina y sigue disfrutando, que podrás ser todo lo que tú quieras. Todo... menos indigno.
Somos presa de nosotros mismos, de la vida que nos hemos fraguado cada uno... No sabes lo mucho que estoy pensando en algo así últimamente. Lo que pasa es que tú lo dices mejor.
la naturaleza siempre impresiona.
biquiños,
También yo me he quedado con la misma frase de los comentaristas anteriores:
"al final, cada uno es presa irrenunciable de sí mismo"
muchas veces soñé (imaginé) que despertaba en algún lugar donde me sintiera protegida pero con amnesia. No me recreo en la parte angustiosa de no saber "quien" soy, si no en la otra, en la nueva persona en la que me convertiría, sin la carga de las pasadas experiencias.
creo que sería otra persona, alguien distinta de quien soy.
y más feliz?
Sí, seguro que también es como tú dices, Insumisa.
De todo hay, Isidro. Porque, claro, uno no publica todo lo que piensa.
Cada uno lo decimos de un modo, Ángeles. Como podemos.
No siempre, Aldabra. Pero algunas veces mucho.
Bicos.
Lo malo, Zeltia, es que para ser quien cada cual somos hemos tenido que recorrer el camino sin retorno de lo que hemos sido.
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