29 de marzo de 2013

El rehén


El caminante postra su mente ante el templo vivo que de vez en cuando le altera los sentidos, le paraliza toda urgencia y, contra su voluntad, le urge a quedarse. Titubea. Pero, al final, cada uno es presa irrenunciable de sí mismo, de esta vida que nos hemos fraguado, y, queriendo no irse, al alejarse, el caminante se siente un mero rehén, un ser indigno, un colgado de una vida fugaz y desnortada, amiga de lo insignificante.

10 comentarios:

Insumisa dijo...

Insignificancias que, paradójicamente, permiten admirar lo magnífico, sentir lo inconmensurable, amar lo inefable y poder distinguirlo desde el claustro del que se siente rehén el caminante.

Isidro dijo...

Caminante, camina y sigue disfrutando, que podrás ser todo lo que tú quieras. Todo... menos indigno.

Ángeles dijo...

Somos presa de nosotros mismos, de la vida que nos hemos fraguado cada uno... No sabes lo mucho que estoy pensando en algo así últimamente. Lo que pasa es que tú lo dices mejor.

matrioska_verde dijo...

la naturaleza siempre impresiona.

biquiños,

Paz Zeltia dijo...

También yo me he quedado con la misma frase de los comentaristas anteriores:

"al final, cada uno es presa irrenunciable de sí mismo"

muchas veces soñé (imaginé) que despertaba en algún lugar donde me sintiera protegida pero con amnesia. No me recreo en la parte angustiosa de no saber "quien" soy, si no en la otra, en la nueva persona en la que me convertiría, sin la carga de las pasadas experiencias.
creo que sería otra persona, alguien distinta de quien soy.
y más feliz?

Lan dijo...

Sí, seguro que también es como tú dices, Insumisa.

Lan dijo...

De todo hay, Isidro. Porque, claro, uno no publica todo lo que piensa.

Lan dijo...

Cada uno lo decimos de un modo, Ángeles. Como podemos.

Lan dijo...

No siempre, Aldabra. Pero algunas veces mucho.
Bicos.

Lan dijo...

Lo malo, Zeltia, es que para ser quien cada cual somos hemos tenido que recorrer el camino sin retorno de lo que hemos sido.