22 de marzo de 2014

Adolfo Suárez

Entre un régimen caduco que dejaba todo atado y la incertidumbre de un futuro que cada cual imaginó a su modo, Adolfo Suárez fue el muñeco del pimpampum. La marioneta a la que zarandearon todos sus brillantes colegas políticos, incluso los de su propio partido. Fue la diana de los, llamados entonces, poderes fácticos. Quizás sólo los ciudadanos que, como ahora, sólo querían paz y, entonces además y sobre todo, no volver a las andadas, le apoyaron. Ahora, aún agonizante, le rinden precipitadamente honores, entre otros, aquellos que impunemente le vapulearon. Así es de falsa la hora de las alabanzas. 

2 comentarios:

Ángeles dijo...

No hay nada como morirse para que lo quieran a uno.

Lan dijo...

Y, a veces, ni muriéndose dejan en paz al muerto. Y, si es preciso y conviene, somos capaces de liarnos a muertazos, (verbalmente,claro), porque nos parece una idea genial adscribir al muerto a nuestras posiciones.
Saludos, Ángeles.