
De niño pegaba la nariz a los escaparates de las pastelerías. De adolescente pasaba horas observando los coches de lujo y, sobre todo, las ostentosas motos importadas. Cuando joven le hacían enloquecer aquellas mujeres espléndidas de mirada retadora y líneas contundentes que le tatuaban la pituitaria con perfume. Tampoco en la madurez consiguió el dinero y, menos aún, el poder que tanto ansió. Ahora, ya viejo, mirando aquel pasquín, en que la agencia de viajes vendía el paraíso por semanas, no se sintió tentado, ni siquiera envidioso, y se dijo a sí mismo por qué no renunciar al photoshow también.
2 comentarios:
acabo de leer tu relato en la página de literatura de murcia...muy bueno :)
Un saludo.
Gracias, hombre. Daré una vuelta por tu blog.
Saludos.
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