
Era un viejo zorro. Sobre los años llevaba apilada la tristeza. Vagaba de sitio en sitio, de trabajo en trabajo, de mujer en mujer…. había hecho demasiados personajes y ya era un compendio de los de muchas comedias. Había cambiado tanto de voz y de aspecto, había mentido tan a menudo que hasta la verdad, famosa por darse al desnudismo, se tapaba precavida en su presencia. Nadie, excepto él, conocía sus dotes de actor y por eso los demás, con ánimo de ofender y sospechando siempre, le llamaban farsante. Pero él sabía muy bien lo que era: un bululú viviente.
2 comentarios:
De alguna manera, todos hemos sido, somos, o seremos un bululú.
Besos de bulu... lo que sea ;-)
Lo de ser un bululú deber ser muy triste a la larga.
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