28 de mayo de 2009

Anteanteayer


Aquellos días grises olían a sopa de cocido. Los de diciembre, cuando se hacía la compra de Navidad, olían, además, a rancio de bodega de ultramarinos. Me torturaban, aquellos cortos días del arranque del invierno, con sabañones que, rabiosos, me devoraban las orejas.
¿Madre, qué desayuno?
Cógete dos pesetas del monedero, cómprate chocolate y un buen cantero.
Hazme tú algo, que lo prefiero.
Anda, llama a la abuela. Dile que quieres un bocadillo.
¿Y me darás un beso para el camino?
Pero, hijo, ¿no te das cuenta que eres ya grande?
Pero a mí no me importa… eres mi madre.
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2 comentarios:

Paz Zeltia dijo...

aaay, míralo él, que tiernito con su carta para el rey mago...

(a mí si me ofrecieran chocolate, no lo cambiaría por nada :-) pero el chocolate era artículo de lujo en mi casa -¿quizá por eso ahora son adicta al chocolate?. no, no creo.- )

Y los olores tienen un poder para el recuerdo... se quedan pegados a la memoria, como a las ropas.

Lan dijo...

Llevas razón, Zeltia, con eso de los olores. Hay lugares que ya están cerrados y cuando pasas por ellos puedes oler a cómo olían antes...