
De Pitres a Mecina baja una senda. Es una pendiente llena de pizarras sueltas, brillantes y pulidas por el pisar de generaciones. Es tan pronunciada que maltrata rodillas y caderas.
Mecina compensa. Es un pueblo blanco, chiquito, precioso, con calles empinadas y estrechas llenas de tinaos sombríos, recovecos, soportales breves, casas con terraos de launa, escalerillas imprevistas, balcones y miradores cuajados de flores. Alguna mujer, desde éstos, nos observa bajando despacio, vacilantes, aún temblando las piernas por el abrupto descenso. No, señora, no vamos tan despacio porque queramos observarlo todo, es que tampoco las articulaciones nos dan para más.
Mecina compensa. Es un pueblo blanco, chiquito, precioso, con calles empinadas y estrechas llenas de tinaos sombríos, recovecos, soportales breves, casas con terraos de launa, escalerillas imprevistas, balcones y miradores cuajados de flores. Alguna mujer, desde éstos, nos observa bajando despacio, vacilantes, aún temblando las piernas por el abrupto descenso. No, señora, no vamos tan despacio porque queramos observarlo todo, es que tampoco las articulaciones nos dan para más.
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2 comentarios:
y allí arriba se ve una fuente... >(seguro que el agua no es potable; yo, como siempre, tan optimista)
Pues sí, te equivocas, era potable. Si el agua no va a ser potable en la Alpujarra no se donde va a serlo. :-)
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